
Hace algún tiempo inicié una amistad virtual que hoy en día me demuestra lo poco sano y honesto en lo que lo virtual puede llegar a convertirse. A través de facebook acepté los elogios a mis entradas en el blog que escribo y así fue como empezó el intercambio con esta persona, la cual no identificaré con nombres porque no hay necesidad. Mi placer de compartir ideas y experiencias alzó vuelo y sin pensarlo dos veces abrí mi privacidad para expresar lo que en ese momento estaba viviendo y no sentí desconfianza alguna para dejar que mi corazón se viera al descubierto por alguien que no me conocía. Mis ojos solo vieron una posibilidad natural y limpia de interactuar e intercambiar vivencias personales, sobre todo aquellas en el plano de lo emocional.
Había entonces un poco de complicidad en los emails que nos escribíamos. A veces preguntas y situaciones que me hacían pensar. Yo me tomaba el tiempo para responder y dejar fluir mis propias convicciones frente a lo que se me interrogaba. Ahora que releo los mensajes, y afortunadamente es así, no hay nada en absoluto que cambiaría porque me di la oportunidad de ser yo en esas líneas. Sin embargo creo que hay una clara lección por aprender y de ahí que me haya motivado a incluirlo en mis reflexiones. Lo virtual no es necesariamente un espacio seguro y las intenciones de quienes se acercan a nosotros no las conocemos en absoluto. Facebook tiene su luz y tiene su sombra, como todo en este mundo. Hay mayor posibilidad de sentir la energía de alguien cuando estamos frente a aquella persona y tomando un café discutimos un tema cualquiera. Ahora que los meses han pasado y este personaje no ha hecho aparición, no me cabe la menor duda que detrás de un perfil creado se escondía, probablemente, otro ser que no es capaz de mostrar su rostro sino que prefiere usar una máscara para de esta manera jugar un juego en el que yo ya me he retirado. A veces me inquieta pensar los motivos que llevan a alguien a optar por este tipo de propuesta.
Yo escojo mejor la relación madura, transparente y humana en donde no hay temor a compartir nuestras victorias y fracasos, en donde el corazón puede abrirse y mostrarse como es, en donde puedo sin temor alguno decir los errores que he cometido y los triunfos que a veces me hacen sonreír. Y para este tipo de relación mi alma está más que dispuesta porque soy una convencida en la necesidad de acercarnos a los otros, de sentirnos como hermanos en un mismo barco, de contarnos nuestras propias historias de vida y aprendizajes.