martes, 26 de julio de 2011
De cara a la oscuridad
Creo recordar algunas oportunidades cuando estaba en el grupo juvenil JANOS (de Nueva Acrópolis) donde salíamos a acampar y nos aventurábamos a lo que fuera: a caminar, a escalar, a pasar por ríos, a embarrarnos de pies a cabeza; cualquier desafío propuesto por nuestros instructores era una maravillosa excusa para probar nuestra juventud. Con ello pretendíamos afirmarnos de manera positiva en el potencial que otros sabían que teníamos porque cuando uno es adolescente no hay esa certeza y es poco lo que está impregnado de claridad. Sin embargo, habían ganas, entusiasmo, energía y valentía para decir si y aceptar la invitación a aquello que implicaba correr riesgos. Fue entonces en aquellos años que tuve mis primeras experiencias en la naturaleza y en medio de bosques seguro que hubo temor, especialmente cuando me encontraba sola como parte de algún ejercicio asignado.
Esta vivencia es exactamente la que he vuelto a tener y aunque fueron tan sólo unos segundos en medio de un bosque oscuro, denso y misterioso, muchos fueron los pensamientos que atravesaron mi mente. Definitivamente el poder que tiene la mente es algo que me sigue siendo interesante e inquietante, porque pareciera que cualquier práctica espiritual tuviera que estar atravesada por el aspecto mental. Me produjo temor el estar de cara a la oscuridad en medio de gigantescos árboles que parecían transformarse en monstruos, los sonidos aumentaban su volumen, imágenes creadas por mi propia imaginación jugaban conmigo mientras yo tenía mis pies en la tierra. Me permití sentir algo de frío en el cuerpo pero al mismo tiempo me repetía como una consigna que el sendero me era familiar, que habían otros compañeros cerca caminando como yo, que no había peligro en la naturaleza. Pero desafortunadamente hemos olvidado ese vínculo que tenemos con la Tierra, con la Naturaleza, y por eso creo yo, nos genera miedo.
Es como cuando de niños creemos que debajo de la cama hay monstruos o en el closet se esconde un fantasma, y nos asusta la ausencia de luz cuando es la hora de dormir, o incluso vemos figuras proyectadas en las paredes creadas por algunas ramas de árboles que danzan con el viento. A veces incluso soñamos con criaturas a las que nos enfrentamos o simplemente nos atemorizan. Todo lo anterior forma parte de un juego mental que si no aprendemos a conocer y a controlar nos llevará a abismos de dudas y montañas de inseguridades. Y entonces cada nueva decisión que llega a nuestra vida nos paraliza porque creemos no tener la respuesta o a veces nos distraemos buscándola afuera cuando finalmente recordamos que está en nosotros. Ahí donde no solemos mirar, ahí está a nuestra espera de ser descubierta.
He regresado a la ciudad y no hay bosques físicos en los que experimentar de nuevo, pero si hay otro tipo de bosques, aquellos que habitan en nuestras mentes. Esos en donde caminamos, nos extraviamos, nos confundimos, vislumbramos de nuevo el camino, nos distraemos de nuevo, nos topamos con otros seres, y hasta nos generan temor porque no hay manera de permanecer en ellos sin que tengamos que sacar el espíritu guerrero de lucha y de sed de victoria.
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Estar en contacto con nosotros mismos en un espacio natural, nos permite escucharnos, reconocernos y admirarnos. Que bueno darnos espacios de silencio, espacios salvajes, espacios oscuros, espacios donde somos nosostos sin mascaras.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por tus escritos inspiradores, la ultima semana de agosto me voy una semana de campig, solo!!!...un espacio sin mascara.
Filomena