(Texto abreviado por mi padre Germán Lema)
En “Cuánta tierra necesita un hombre” describe Tolstoy la historia de un campesino honesto que aún habiendo tenido éxito en la vida nunca se sentía satisfecho y quería adquirir más y más propiedades para hacerse rico.
Un día llegó a enterarse que más allá del Volga había una región donde el municipio acostumbraba entregar por mil rublos la tierra que se recorriera durante una jornada, desde la salida del sol hasta que se oscureciera en la tarde. El compromiso por su parte era el de iniciar el recorrido en un punto determinado y regresar a ese mismo punto. De no hacerlo así perdería los mil rublos.
Más se demoró Pajom, que así se llamaba el campesino, en oír esto que en ponerse en marcha.
“Increíble”, pensaba. “Estas gentes desconocen el valor de sus tierras, mejores que las que yo he trabajado antes”. Sin embargo todo el mundo le aseguraba que los funcionarios del municipio respetarían el trato tal como se lo habían prometido.
Así, pues, se fijó el día y el lugar de la partida y muy cumplidamente antes del amanecer llegó Pajom, se quitó el sombrero y puso sobre él los mil rublos requeridos.
“Toda la tierra que abarcas con la vista es de nuestra propiedad y puedes escoger la ruta que quieras. Partirás de aquí y aquí mismo debes regresar. Tuya será la tierra que abarques en tu recorrido”, confirmó el funcionario.
Pajom se quitó la chaqueta, se aseguró el cinturón, colgó de éste una bolsa con pan y una botella de agua. Se arregló las botas y mientras salía el primer rayo de sol observaba que la tierra era buena por todas partes y que le daría igual cualquier dirección que tomase.
Salió el sol y Pajom echó a andar con su azadón al hombro, con paso seguro, ni lento ni rápido. Al poco rato paró, hizo un hoyo y enterró el primer jalón que indicaba visiblemente la ruta que había seguido. Un kilómetro más adelante hizo lo mismo, y así fue adelantando. El calor arreciaba y ya no veía el punto de donde había partido. Calculaba haber recorrido unos cinco kilómetros y sentía que era hora de almorzar.
Se quitó las botas, comió rápidamente, y reemprendió la marcha descalzo pues podía caminar más ligero. Ya llevaba la mitad de la jornada y era hora de pensar en el regreso, pero a medida que avanzaba mejor le parecían las tierras. “¿Cómo no incluir este bosquecito, y aquél valle?” La oportunidad era única. Aunque se sentía cansado no quería recostarse un rato por temor a quedarse dormido, y haciendo una curva prolongada para incluir un laguito inició definitivamente el regreso. Le quedaban cuatro horas todavía y decidió apretar el paso.
Pronto sintió un gran cansancio. Le dolían los pies y le flaqueaban las piernas. Pensaba en descansar pero de hacerlo seguramente no llegaría a la meta. Afortunadamente los rayos del sol ya no caían verticalmente, pero....
“¿Qué será de mi si no alcanzo a regresar? He sido demasiado ambicioso. Lo he echado a perder todo”, pensaba Pajom, y le entró miedo. Se quitó la camisa y la tiró lejos, igual que las botas y la gorra, y también la botella ya vacía.
Al cruzar una depresión le pareció que el sol se había ocultado pero revivieron sus ánimos al llegar a la cima de una colinita desde donde logró divisar la meta. “He adquirido mucha tierra pero no estoy seguro que Dios me permitirá vivir en ella. Creo que todo está perdido”.
Sin embargo un último esfuerzo sería su salvación. Ya divisaba las siluetas de los funcionarios que lo esperaban y oía sus voces que lo animaban a seguir adelante, pero su mente divagaba y se arrepentía de su codicia. El corazón le palpitaba, y casi se le salía del pecho. Veía a las gentes que se reunían para darle la bienvenida, y con un esfuerzo que jamás pensó tener, y al mismo tiempo que se ocultaba el último rayo de sol, pisó la meta y cayó desmayado sobre el sombrero donde había dejado los mil rublos.
“Eres muy valiente y ahora eres muy rico. Has abarcado una gran cantidad de nuestra mejor tierra”, dijo el funcionario jefe.
Cuando acudieron a levantar a Pajom vieron que sangraba por la boca: estaba muerto.
El funcionario ordenó medir su cadáver y cavar el área necesaria para darle sepultura ahí mismo.
sábado, 28 de agosto de 2010
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Guauu...!!! Esta historia es fantastica. Es muy impactante y da mucho que pensar.
ResponderEliminarGracias por compartir corazoncete.
Smuak!!!
Nerea
Increíble historia, gracias por compartirla conmigo.
ResponderEliminarAlejandro
Solo quiero decirte Nati que es muy vacano encontrase con estas lecturas y mas si vienen de tí, por que ayudan mucho al espiritu y me ponen a pensar en que hay que ser muy agradecidos con lo que nos rodea.
ResponderEliminarun gran abrazo y que Dios te cuide muchisimoooo
Alex Riascos