"Señora de los libros", "Señora de la Escritura",

martes, 29 de marzo de 2011

Nuestra capacidad de asombro


Hace unos días uno de mis alumnos me trajo, con cara de sorpresa, unas hojas rojas que había encontrado en el jardín donde solemos jugar a diario, nuestro “jardín secreto”. Sus ojos casi que brillaban al haberse topado con aquel tesoro natural que alguno de los árboles le obsequiaba. Y más fue su alegría cuando le dije que las guardara en su bolsillo, obteniendo así mi permiso como “adulto” para llevarse a casa aquellas hojas que quizás ya habían culminado su ciclo y ahora se convertían en un nuevo juguete con dueño. No sé a dónde fueron a parar las hojas pues si aquel niño olvidó sacarlas de su bolsillo, puede que hayan recibido un baño en la lavadora o si fueron descubiertas antes por un adulto seguro que a la basura fueron a dar.

Poco es el asombro que nos queda y me pregunto, quién se lo ha llevado o por qué lo hemos permitido. Qué hará que dejemos de ser niños con mentes curiosas y manos exploradoras? Qué es lo que nos trae el crecer y madurar? Por qué nos permitimos que los años nos arrebaten el deseo curioso por ver más allá de lo material? Casi que a diario y gracias a mi profesión observo muchos niños que por instantes se transforman en guerreros al sostener una rama que se convierte en espada; otros viajan por el espacio y visitan otros planetas; otros tocan lombrices sin temor alguno o cogen mariquitas como si tuvieran el mundo en sus manos; otros en cambio son super héroes que gozan de poderes sobrenaturales, luchando contra los villanos. Todos son seres de luz que a través de sus ojos y sus sonrisas me regalan esperanza, nobleza e inocencia. Muchas son las ocasiones en las que me siento de nuevo viva con su sola presencia. Sería maravilloso entrenar a nuestra mente para que vea las cosas como por primera vez, como quien observa una flor que nunca antes ha visto y se detiene para admirar cada pequeño detalle, su color, su tamaño, su textura, su aroma, su delicadeza, su simetría, entre otras. Pero resulta que nuestra mente se encuentra repleta de juicios, de categorizaciones, de paradigmas, de instrucciones que otros nos han dado, de conceptos transmitidos por los medios, y entonces poco espacio queda para la sorpresa y el asombro.

Casi todo termina por ser parte de lo que ya conocemos, de nuestra rutina diaria y es así como cortamos cualquier posibilidad de ver y acercarnos a algo con la mente nueva, limpia y abierta. El intentar recuperar aquello que hemos perdido no solamente es importante sino que además lo profano y ordinario termina generando suspiros e inspiración. Y al caminar nos detenemos a observar la creatividad del ser humano en cada construcción; vemos la expresión de la geometría en una concha marina; vemos la ciclicidad de la vida y la muerte en el día y en la noche; vemos lo sagrado en cada templo, cueva, cima, fuente, río; vemos la diversidad en los rostros con los que nos topamos a diario; vemos lo infinito del universo al contemplar una constelación; vemos u oímos la sinfonía que hay detrás de cada palabra pronunciada, y así es como vemos nuevas luces en donde aparentemente solo había oscuridad. Sólo cuando nuestra alma desee seremos capaces de ver más que la cortina de ilusión en los que los amos de la caverna nos han envuelto.

martes, 22 de marzo de 2011

Qué le pasa al mundo?



En las últimas semanas me he venido haciendo la misma pregunta pero creo no haber encontrado la respuesta aún. Nunca he sido fan de leer periódicos ni de estar pendiente de las noticias pues debo reconocer que sin duda alguna no las encuentro para nada positivas ni alentadoras. A veces lo hago con el objetivo de estar al tanto de la problemática mundial pero lo único que consigo después de hacerlo es retirarme a estados en los que la tristeza y la impotencia rondan sin parar. Considero que a la luz de la filosofía antigua – la cual no tiene que ver con la filosofía académica moderna - hay una lección detrás de cada situación, por dura, cruel o aterradora que nos parezca. Sin embargo esta vez siento que el límite de comprender el sufrimiento humano está por colapsar. Recuerdo ahora a Buda, quien dedicó su vida a encontrar la razón del sufrimiento y propuso un camino recto como medio de evitar los extremos, los cuales son parte de este mundo dual pero nos impulsan a vivir experiencias extremas alejándonos del equilibrio inicial.

Mi corazón se contrae y llora cuando escucho casos en los que el ser humano es violento y destructivo, en donde poco o nada nos importa arrebatar vidas humanas o pisotear a muchos en beneficio de unos cuantos, en donde las palabras no sirven y se reemplazan con armas; y por supuesto, casos en donde la naturaleza provoca catástrofes como las de Japón y Nueva Zelandia, mostrándonos su poder y fuerza. Imágenes que me evocaban películas antes vistas, películas que son ahora realidad en muchas partes y que quienes tenemos el privilegio de no estar afectados solemos ignorar u olvidar. Comentarios de todo tipo surgen y me cuestiono la validez que tienen: que no hay forma de evitar estos desastres, que eso del cambio ambiental es puro cuento, que peores cosas se acercan, que el hombre es violento por naturaleza, que el planeta se expresa como consecuencia del mucho daño que le hemos hecho, que solamente a través de tragedias y adversidad es que nos volvemos más sensibles, solidarios y generosos, que este año astrológicamente trae numerosos cambios, en fin, muchas son las miradas que pueden ser valoradas en torno a nuestra realidad social.

Quisiera quedarme con la más positiva, con aquella que nos recuerde lo importante que es que seamos conscientes de nuestros actos e incluso de nuestros pensamientos porque con ellos podemos irradiar luz o esparcir odio. Reflexionaba un poco en lo transitorio que es nuestra existencia y en el papel que juega nuestro deseo de poseer cosas, de guardar recuerdos materiales, de acumular posesiones, que en el caso de muchos en Japón lo han perdido todo. Todo en cuanto a lo que podemos ver con estos ojos físicos, pero no lo que en nuestra alma habita porque de este espacio sagrado nosotros somos los amos. Sepamos mantener el fuego interno encendido, enviemos luz a aquellos que no la tienen, amor a quienes solo conocen la maldad, perdón a quienes nos han herido con o sin intención, humildad para reconocer nuestras faltas, y por encima de todo, de cualquier situación que debamos atravesar como humanidad, mantengamos la esperanza y la sonrisa siempre lista para quien está a nuestro lado porque finalmente todos somos tripulantes de una misma barca.