"Señora de los libros", "Señora de la Escritura",

martes, 26 de julio de 2011

Breve historia de un amigo virtual



Hace algún tiempo inicié una amistad virtual que hoy en día me demuestra lo poco sano y honesto en lo que lo virtual puede llegar a convertirse. A través de facebook acepté los elogios a mis entradas en el blog que escribo y así fue como empezó el intercambio con esta persona, la cual no identificaré con nombres porque no hay necesidad. Mi placer de compartir ideas y experiencias alzó vuelo y sin pensarlo dos veces abrí mi privacidad para expresar lo que en ese momento estaba viviendo y no sentí desconfianza alguna para dejar que mi corazón se viera al descubierto por alguien que no me conocía. Mis ojos solo vieron una posibilidad natural y limpia de interactuar e intercambiar vivencias personales, sobre todo aquellas en el plano de lo emocional.

Había entonces un poco de complicidad en los emails que nos escribíamos. A veces preguntas y situaciones que me hacían pensar. Yo me tomaba el tiempo para responder y dejar fluir mis propias convicciones frente a lo que se me interrogaba. Ahora que releo los mensajes, y afortunadamente es así, no hay nada en absoluto que cambiaría porque me di la oportunidad de ser yo en esas líneas. Sin embargo creo que hay una clara lección por aprender y de ahí que me haya motivado a incluirlo en mis reflexiones. Lo virtual no es necesariamente un espacio seguro y las intenciones de quienes se acercan a nosotros no las conocemos en absoluto. Facebook tiene su luz y tiene su sombra, como todo en este mundo. Hay mayor posibilidad de sentir la energía de alguien cuando estamos frente a aquella persona y tomando un café discutimos un tema cualquiera. Ahora que los meses han pasado y este personaje no ha hecho aparición, no me cabe la menor duda que detrás de un perfil creado se escondía, probablemente, otro ser que no es capaz de mostrar su rostro sino que prefiere usar una máscara para de esta manera jugar un juego en el que yo ya me he retirado. A veces me inquieta pensar los motivos que llevan a alguien a optar por este tipo de propuesta.

Yo escojo mejor la relación madura, transparente y humana en donde no hay temor a compartir nuestras victorias y fracasos, en donde el corazón puede abrirse y mostrarse como es, en donde puedo sin temor alguno decir los errores que he cometido y los triunfos que a veces me hacen sonreír. Y para este tipo de relación mi alma está más que dispuesta porque soy una convencida en la necesidad de acercarnos a los otros, de sentirnos como hermanos en un mismo barco, de contarnos nuestras propias historias de vida y aprendizajes.

De cara a la oscuridad


Creo recordar algunas oportunidades cuando estaba en el grupo juvenil JANOS (de Nueva Acrópolis) donde salíamos a acampar y nos aventurábamos a lo que fuera: a caminar, a escalar, a pasar por ríos, a embarrarnos de pies a cabeza; cualquier desafío propuesto por nuestros instructores era una maravillosa excusa para probar nuestra juventud. Con ello pretendíamos afirmarnos de manera positiva en el potencial que otros sabían que teníamos porque cuando uno es adolescente no hay esa certeza y es poco lo que está impregnado de claridad. Sin embargo, habían ganas, entusiasmo, energía y valentía para decir si y aceptar la invitación a aquello que implicaba correr riesgos. Fue entonces en aquellos años que tuve mis primeras experiencias en la naturaleza y en medio de bosques seguro que hubo temor, especialmente cuando me encontraba sola como parte de algún ejercicio asignado.

Esta vivencia es exactamente la que he vuelto a tener y aunque fueron tan sólo unos segundos en medio de un bosque oscuro, denso y misterioso, muchos fueron los pensamientos que atravesaron mi mente. Definitivamente el poder que tiene la mente es algo que me sigue siendo interesante e inquietante, porque pareciera que cualquier práctica espiritual tuviera que estar atravesada por el aspecto mental. Me produjo temor el estar de cara a la oscuridad en medio de gigantescos árboles que parecían transformarse en monstruos, los sonidos aumentaban su volumen, imágenes creadas por mi propia imaginación jugaban conmigo mientras yo tenía mis pies en la tierra. Me permití sentir algo de frío en el cuerpo pero al mismo tiempo me repetía como una consigna que el sendero me era familiar, que habían otros compañeros cerca caminando como yo, que no había peligro en la naturaleza. Pero desafortunadamente hemos olvidado ese vínculo que tenemos con la Tierra, con la Naturaleza, y por eso creo yo, nos genera miedo.

Es como cuando de niños creemos que debajo de la cama hay monstruos o en el closet se esconde un fantasma, y nos asusta la ausencia de luz cuando es la hora de dormir, o incluso vemos figuras proyectadas en las paredes creadas por algunas ramas de árboles que danzan con el viento. A veces incluso soñamos con criaturas a las que nos enfrentamos o simplemente nos atemorizan. Todo lo anterior forma parte de un juego mental que si no aprendemos a conocer y a controlar nos llevará a abismos de dudas y montañas de inseguridades. Y entonces cada nueva decisión que llega a nuestra vida nos paraliza porque creemos no tener la respuesta o a veces nos distraemos buscándola afuera cuando finalmente recordamos que está en nosotros. Ahí donde no solemos mirar, ahí está a nuestra espera de ser descubierta.

He regresado a la ciudad y no hay bosques físicos en los que experimentar de nuevo, pero si hay otro tipo de bosques, aquellos que habitan en nuestras mentes. Esos en donde caminamos, nos extraviamos, nos confundimos, vislumbramos de nuevo el camino, nos distraemos de nuevo, nos topamos con otros seres, y hasta nos generan temor porque no hay manera de permanecer en ellos sin que tengamos que sacar el espíritu guerrero de lucha y de sed de victoria.

martes, 12 de julio de 2011

Todo termina en la basura


No siempre, o diría yo, pocas veces somos conscientes de las cosas que adquirimos, de todo aquello que compramos con el objetivo de saciar nuestra sed de consumo. Hace unos días acompañaba a mi pareja a llevar a un lugar especial algunas cosas que ya no necesitaba, cosas que no hacían parte de la lista de lo que él deseaba guardar. Como sé lo que es de vez en cuando salir de cosas, organizar, botar, regalar, donar, me uní con la mejor intención de disfrutar esta limpieza.

Pero mi actitud se fue transformando cuando al acercarnos a aquel lugar se trataba de algo así como un basurero donde todo es destruído. Cualquier objeto que se entregue es vuelto trisas. Por supuesto que se trata de reciclar pues todos los contenedores están organizados por material. Pero al observar la cantidad de cosas que había y que la gente llevaba me encontré a mi misma sintiendo algo de dolor en el pecho. No podía creer que libros, tarros, cds, televisores, floreros, espejos, cojines, en fin, todo lo que es llevado es destruido por unas máquinas gigantes que cumplen dicho papel. No sé si esta vez exagero con mi sentir pero me imagino que en un país como Alemania tiene otro tipo de problemáticas en donde este escenario no viene al caso. Sin embargo, y aceptando que es una opción para muchas personas ir a dejar lo que no desean, me quedé con la reflexión que todo lo que alguna vez adquirimos, no importa si es costoso o barato, si es grande o pequeno, todo, termina en la basura.

Porque dudo que haya algo de lo que ahora poseo que seguirá siendo conservado por mis próximas generaciones. Y entonces me topo de nuevo con lo efímero que es este mundo y con lo natural que se nos ha vuelto adquirir cosas que duran un tiempo para luego reemplazarlas por otras y otras y otras. Lo cierto es que nada que sea realmente esencial pertenece al mundo del mercado. Nada de aquello que nos otorga felicidad lo podemos adquirir a cambio de unas monedas. Nada de lo que es espiritual se vivencia a través del mundo absurdo del consumo y el materialismo. Por eso no debemos temer a reducir nuestro equipaje ni a regalar, ni a donar, ni a salir de cosas que no nos pertenecen ni son tan importantes para nuestra felicidad. Pienso en la opción de un viaje, ya sea en este mundo o al que viene, y eso me impulsa a comprender que no hay nada material que me sea esencial. Yo estoy segura que es mucho lo que aun sigo guardando porque sin duda nos apegamos a las cosas, a lo que algunos nos han dado, a lo que creemos que necesitaremos en algún momento, a lo que nos ha costado esfuerzo, pero al final nada podrá ser llevado con nosotros. Esta sociedad está hambrienta de sueños y esperanzas.

Lo que necesitamos no son más celulares ni televisores ni laptops ni máquinas que hagan las cosas por nosotros. Lo que realmente necesitamos es abrir los ojos hacia lo que es realmente esencial. El problema y como lo dice el principito “Lo esencial es invisible a los ojos”. Ahí está el secreto y mientras más tiempo nos tome, más será la basura que en unos países destruirán mientras en otros se mendiga por el pan.