"Señora de los libros", "Señora de la Escritura",

lunes, 30 de mayo de 2011

Hasta trotando se aprende


Hoy ha sido hermoso desde que en la mañana acepté una invitación a trotar. Quienes me conocen saben lo poco deportiva que soy pero como si me gusta la idea de hacer cosas nuevas, la idea de tratar algo a lo que no me he expuesto antes, encontré rápidamente la ropa apropiada mientras la sábana marcaba todavía mis mejillas. Si tuviera que escoger un ejercicio optaría por el de caminar pero esta vez se trataba de trotar. Poco sencillo es encontrar el ritmo en el que uno no se canse pero en el que haya también un poco de esfuerzo. Percibía con mayor agudeza los latidos de mi corazón y escuchaba mi respiración ruidosa como posible expresión de mi cansancio inicial.

A veces en la vida suele sucedernos algo parecido cuando damos cabida a algo nuevo, cuando nos atrevemos a decir si a algo que desconocemos pero que en el fondo nos atrae en medio de ese misterio. Mientras trotaba observaba lo que había a mi paso: la calle, las flores, avisos publicitarios, personas, semáforos, y luego en el parque: árboles, otras personas trotando, piedras, perros, pájaros. Todo parecía estar en su lugar mientras yo rompía el silencio con el sonido de mi trote y alguna que otra queja excusándome en el hecho que nunca antes había trotado. Evoqué la frase “Eres más fuerte de lo que crees” porque curiosamente sentía aquel impulso a seguir adelante a pesar que mis piernas débiles me sugerían lo contrario. Pensaba en la meta como aquel regreso a casa en donde podría gozar de un buen desayuno, una ducha y porque no, de un merecido descanso. Y entonces la meta se robó mi posibilidad de estar en el momento, de estar presente con conciencia en el trote porque mi mente fantaseaba con lo que iba a ser en unos minutos más tarde. En ocasiones que he practicado el caminar conscientemente percibo lo complejo que es mantener nuestra mente atenta en cada paso que se da, regalarnos la sensación de sentir nuestro peso, nuestros pies tocando el suelo, nuestra respiración, nuestro ser ahí presente en cuerpo y mente. Y puede que trotar sea igualmente una oportunidad para retarnos a hacerlo sin visualizar la meta – contrario a como lo hice yo – sino con la manifestación de ese poder que nos permite estar presentes.

Pocas son las veces en las que nos detenemos a sentir como es nuestra respiración porque funciona de manera automática y no nos toca recordarle al cuerpo que lo haga. Sin embargo y he de señalar que esto es parte de lo que he aprendido en cuanto a la meditación, el solo acto de respirar es una puerta de acceso al meditar y cuando hacemos el intento de concentrarnos en ese simple pero mágico acto de la respiración nos damos cuenta lo inquieta y traviesa que es nuestra mente. Aún recuerdo mi primer día de meditación en un centro budista en donde yo anhelaba descubrir la fórmula mágica y el misterio de la práctica meditativa mientras mi profesor se limitó a introducirnos en la respiración consciente. Y con eso tuve suficiente para comprender que el camino es largo para aquel que quiere ser dueño de sí mismo, para aquel que quiere tocar las puertas del Nirvana.

Yo seguiré, ya sea trotando o caminando, pero con la tarea constante de hacerlo con todo mi ser, con la conciencia despierta porque la experiencia de unos segundos conscientes es como tocar otra dimensión. Creo la he llegado a tocar en algunos momentos pero sin duda hay una fuerza que me jalona hacia abajo cuando lo que deseo es volar alto y perderme en la lejanía.

De nuevo entre nubes


Cuando era niña solía celebrar el año nuevo con la tradición de salir corriendo alrededor de la cuadra cargando una maleta de viaje pues según dicen eso es augurio de viajes en el año que se inicia. Entre más grande la maleta parece ser que el viaje es más largo. (Con tal que no se trate todavía de aquel viaje al otro lado!). Junto con mi hermana disfrutábamos la idea de correr y soñar con destinos, los cuales en un principio se reducían a Palmira, Bogotá y el más sorprendente cuando vivía en Colombia fue viajar a Panamá.

Hace ya casi tres años que vivo en Londres y desde entonces la vida me ha permitido realizar numerosos viajes y es por eso que con frecuencia me encuentro de nuevo entre nubes. Y no me quejo aunque a veces resulte agotador porque cada viaje representa un paso hacia dentro de mi misma. Es como la historia del alquimista que en busca de respuestas realiza un largo viaje que termina exactamente en el lugar de inicio pues todo, y aunque nos suene un poco increíble, todo está en nuestro interior. Sin embargo me inclino por la idea de darle a los viajes externos una connotación especial porque desde mi punto de vista son necesarios, nos permiten tener acceso a zonas desconocidas que tan sólo se hacen visibles cuando nos exponemos a otros lugares. Conocer otras personas, probar otras comidas, visitar museos, templos y parques, tomar algunas fotos, observar la arquitectura, conversar con alguien que se cruza en el camino, todo lo anterior brinda aprendizaje y eso es lo que me resulta fascinante. Ya no corro como lo hacia antes pues mis pasos se han vuelto más meditativos; ya no siento la urgencia de hacer mucho en poco tiempo sino que prefiero menos pero con conciencia; ya mis ojos curiosos tienden a esconderse detrás del silencio de quien observa sin carreras.

Cada año visualizo y planeo aquellos lugares que por algún motivo llaman mi atención, porque quizás alguien me ha dicho o lo he leído en alguna parte o porque se conecta con la filosofía a la que he tenido acceso. Viajar me resulta inspirador porque me hace sentir pequeña en medio de lo inmenso y variado que es mundo. Viajar rompe con mis paradigmas mostrándome otras formas, otras opciones de vida, otras y variadas manifestaciones que no han sido aquellas con las que he crecido. Cada lugar tiene una belleza particular, una historia que contar y un legado por transmitir, por eso conocer gente facilita que conozcamos el mundo a través de otros ojos. Muchos son los países que me faltan por visitar, creo mi padre está llevando la cuenta, y para ser sincera no sé si llegue a una edad en la que viajar deje de ser una de mis actividades favoritas. Me imagino que uno cambia, los compromisos son otros, lo que hoy es urgente dejará de serlo, lo que me hoy me preocupa reducirá de tamaño con el paso de los años. Viajar es una posibilidad que nos brinda el mundo moderno en donde en tan sólo unas horas nos transportamos a lugares distantes, mostrándonos que no hay fronteras y que somos ciudadanos del mundo.

Pero el viaje más importante y especial es aquel que realizamos dentro de nosotros mismos porque es un regalo que deberíamos darnos más seguido. Entre más lo hagamos más increíbles son las sorpresas que encontraremos pues son muchos los tesoros esperando a ser descubiertos. Buen viento y buena mar!