"Señora de los libros", "Señora de la Escritura",

viernes, 22 de abril de 2011

Vámonos de vacaciones


Hace unos días leía un texto filosófico sobre las vacaciones y como en un inicio dichos días (“holidays”) estaban inspirados en días sagrados en donde se dedicaba un tiempo a Dios. Poco o casi nada sabemos hoy al respecto porque lo que primero nos preocupa es saber que podemos desconectarnos de todo, incluso de Dios por absurdo que esto suene. Cuando pensamos en las vacaciones usualmente tenemos algunas ideas en mente de lugares a los que queremos ir, muchos de estos lugares suenan atractivos porque otros nos lo han dicho o porque en algún lugar hemos leído o visto algún programa. También es común que hagamos una pequeña inversión en dichos viajes que nos llenarán aparentemente de tranquilidad y energía renovadora para que una vez las vacaciones se acaben la rutina regrese sin miedo alguno a imponerse en nuestras vidas.

Qué paradójico es que hayan ocasiones en las que regresamos cansados luego de las vacaciones e interesante es pensar la motivación que hay detrás de cada uno de nuestros viajes e incluso reflexionar en esa necesidad que tenemos de desconectarnos de aquello que hacemos cotidianamente. Así me he sentido en estas casi tres semanas de vacaciones en donde poco he tenido que hacer respecto a mi trabajo porque tan sólo me fue necesario dedicar algunas horas para coordinar algunos detalles en relación a lo que enseñaré el próximo periodo. De resto puedo decir que casi todo tuvo algo de desconexión. Y lo he disfrutado tanto al punto que ahora que sé que pronto regreso a Londres me invaden estas inquietudes. Aquello que hago debe generar tanta pasión en mí y amor que no me den ganas de salir corriendo cada vez que puedo de donde vivo.

Sin embargo, viajar siempre me ha atraído bastante y debo reconocer que el poder hacerlo me ha ofrecido experiencias increíbles que dudo podría tener si me quedo en mi cuarto. Viajar me ha abierto los ojos a lo desconocido, a la variedad, a lo que es diverso y válido en todas sus manifestaciones, porque cada lugar tiene su propia historia, sus propios personajes, costumbres, celebraciones y hasta podría decir que eso tiene que ver con el comportamiento de la gente que conozco. Viajar ha cuestionado mis preconceptos de las cosas cuando me enfrento a algo con las ideas que he ido construyendo y luego las encuentro vulnerables. Y ahora no le temo a eso porque me ayuda a romper con lo que es rígido en mí, porque me enseña a ser flexible y tolerable, me invita a ver la vida y el mundo como una expresión hermosa en su multiplicidad. Me imagino que habrá algún momento en el que viajar pase a un segundo plano, quizás la etapa en que desee construir una familia, pero por el momento me temo compartirles que mientras la vida me lo siga permitiendo y yo pueda asumirlo, viajar seguirá siendo un medio de descubrir lo que soy. Cuando viajo hay motivos suficientes que hace que me detenga a observar, a preguntar, a escribir algunas líneas inspiradas en cualquier pequeño detalle que deja de serlo por unos instantes para hacer que mi pluma se active.

Yo no pretendo desconectarme de Dios porque lo llevo a donde voy o mejor dicho, Dios está de todas formas en todas partes a donde vaya. A veces noto su presencia y otras veces es tal mi distracción que otras son las cosas que captan mi atención. Pero es gracias a los viajes que he realizado que cada vez que hago maletas me preocupo menos por lo que llevo porque sé que, como dijo mi hermana cuando yo tenía mis dudas de venir a Londres, lo que necesito lo llevo dentro de mí y aunque no está ocupando un espacio en mi equipaje es el más valioso tesoro que poseo.

miércoles, 20 de abril de 2011

Descubriendo


Cuando miro hacia atrás
veo el camino transitado
y observo que a mi paso
unas huellas he dejado.

Y entonces sonrío por lo logrado
pero también lloro
por aquello que con miedo y duda
he abandonado.

Cuando cierro mis ojos
por unos instantes,
un abanico de colores
trae consigo una luz brillante.

Y esa luz me ciega,
no me permite vislumbrar
no me deja transitar
hacia el horizonte que me espera.

Sin embargo, algo en mi me impulsa
a retirar el velo ilusorio,
aquel que me impide descubrir
que la vida es más que oro,
que mi alma sigue joven,
que mi cuerpo grita vivo
por todo lo que he aprendido.

El anterior poema, si es que puedo darle dicho nombre, lo escribí hace unos años y hoy organizando mis archivos me he topado de nuevo con este texto. He hecho algunas modificaciones y ahora lo comparto en mi blog.

jueves, 14 de abril de 2011

Lo que no encuentro en el mercado


Son tantas cosas que pudiera adquirir porque afortunadamente cuento con la estabilidad económica para hacerlo, el problema es que aquello que quisiera no lo encuentro en el mercado, no existe tal lugar por más que me dedique a buscarlo. Ni siquiera el dinero que tengo es suficiente porque no se trata de algo físico, ni una posesión material sino de lo que yo llamo “sentido de vida”. No hay tienda que ofrezca el producto ni se consigue por internet, ni lo prestan, ni lo alquilan, ni lo dan gratis en alguna esquina, y estoy segura que en caso hipotético de que existiera tendría que ofrecer un servicio de 24hrs porque las filas de personas dispuestas a adquirirlo serían bastante largas. Cada vez que compro algo surge una sensación de vacío porque desde el primer momento sé que aquello que estoy comprando no me hará feliz, tan sólo servirá de entretenimiento a una mente insaciable de deseos y caprichos.

A veces logro detenerme, dejar el producto en algún lado y salir con paso reflexivo de una tienda. En otras ocasiones la reflexión me llega después cuando ya soy poseedora de dicho producto, sin que – como mencionaba anteriormente – el vacío se haya resuelto. Que mentira la de creer que somos más cuando más tenemos. Que falacia es pretender acumular más y más cuando lo que la vida nos enseña que entre más ligero y liviano el equipaje mejor para el aventurero. Que fuerte es el bombardeo de los medios que por todos lados nos hipnotizan y nos crean necesidades, nos manipula, juegan con las debilidades de nuestra personalidad para finalmente hacernos creer que esta sociedad de consumo es el mejor sistema que existe. Confieso que yo igualmente me siento a veces atrapada en una jaula mientras mi alma grita con deseos de extender sus alas, de ser libre, de explorar el mundo fuera del sistema en el que vivimos y dar más valor a aquellas cosas que son invisibles pero no por ello menos valiosas.

Que difícil es protegernos y mantener la distancia a la infinidad de opciones que nos venden para vernos más jóvenes, para sentirnos más bellos, para estar a la moda, para estar a la altura de otros, para entrar en lo moderno y tecnológico, para y para y para, mil razones que nos suenan atractivas cuando estamos vacíos, cuando algo en nuestro interior no está del todo conforme. Dónde encontrar entonces aquel mágico elemento? Cómo adquirir el sentido de vida? A cambio de qué se me dará? Porque tener un sentido de vida, saber por lo menos un poco del norte que nos guía e inspira, es un compromiso en donde hay que obrar en consecuencia con lo que se espera de mí, o mejor dicho, con lo que yo espero de mi mismo. Los días entonces dejarían de ser una expresión del inevitable paso del tiempo, y se convertirían en oportunidades de crecimiento, de aprendizaje y de mayor conciencia en los pasos que damos.

domingo, 10 de abril de 2011

Somos un poco de todo


Gracias a las inquietudes de una de mis lectoras y amiga inspiradora en el ejercicio de escribir, he recordado las enseñanzas que hace algunos meses tuve la posibilidad de escuchar en una conferencia sobre filosofía budista. Al terminar la charla no sólo se produjo en mi un cambio mental sino que además sentí un alivio en mi alma porque comprendí que “somos un poco de todo”. Pretender ser perfectos es un absurdo y un desgaste que no vale la pena y al decir esto lo reconozco en público y con humildad que me rindo en esta lucha.

Soy un ser de luz pero también poseo oscuridad. Amo y odio, grito y callo, oro y me quejo, pienso y siento, vivo y muero a diario. Cuento con claridades pero son muchas y variadas las inquietudes que con frecuencia florecen. Sé que tengo cualidades y virtudes – ustedes las conocen más que yo – pero tengo igualmente debilidades que permanecen y a veces hasta las encuentro más fuertes que antes, causándome un pequeño dolor en el pecho. He tenido logros y conquistas pero tan sólo mi alma sabe las veces que he llorado ante el fracaso, cuando tropiezo y en el suelo me rehúso a aceptarlo. Disfruto repartir sonrisas y comentarios graciosos que alegran y divierten a quienes me rodean, pero también se frunce mi seño, se ruborizan mis mejillas, se hacen nudos en mi garganta cuando hay algo en frente que no logro digerir.

Soy feliz cantando, bailando – incluso sola en mi cuarto -, leyendo, escribiendo, soñando, fantaseando con mi mente, cerrando mis ojos al escuchar una pieza musical, dejando expresar mi sensibilidad, sintiendo el agua recorrer mi cuerpo, viéndome desnuda frente a mi espejo interior, hablando con gente de temas que considero profundos, observando la gente y lo que hay a mi alrededor. Siempre he creído que soy muy sociable y más de 300 amigos en facebook apuntarían a confirmarlo. Pero temo confesar que he empezado a notar que no construyo lazos fácilmente, que en ocasiones se me hace difícil abrir el corazón y entonces me cubro como si necesitara protegerme, como si algún temor inconsciente brotara de la nada. Y pido disculpas si alguna vez lo han notado, si parezco estar escuchando y no lo hago por el egoísmo ridículo de tomar la palabra y derramar cual cascada mi discurso.

Mi alma sabe y conoce lo que es puro y verdadero. Por eso se me permite recordarlo y reflexionarlo con bastante frecuencia. Confieso finalmente que quien realmente me conoce ha visto ambas caras de la misma moneda: una hermosa y quizás atractiva, otra oscura y destructiva. El poder aceptar esto en mí me facilita reconocerte a ti, a quien ahora lee estas líneas, como un ser que tiene derecho a expresarse en sus múltiples facetas sin necesidad de ocultarlas ni negarlas. Poder ser quienes somos, sin velos y sin la preocupación de defraudar aquellos que esperan y desean que seamos de otra forma, es la expresión más grata y satisfactoria que podemos regalarnos a nosotros mismos.

viernes, 8 de abril de 2011

El despertar


Había amanecido nuevamente. Eso le recordaba a aquella mujer que un día nuevo había empezado, que la vida una vez más le obsequiaba la oportunidad – obsequio que se reducía en 24 horas más -. Deslizó su cuerpo y agregando voluntad se levantó de la cama como solía hacerlo a diario pero esta vez notó que algo había cambiado. Aquel lugar en el que se encontraba ya no le era familiar sino extrañamente desconocido. Dudando de sus pasos decidió recorrer la oscura habitación. Esta no era muy grande y para mayor sorpresa no tenía ni puertas ni ventanas, tan sólo se veía un gran espejo hacia el fondo. La mujer lentamente se acercó a él con un poco de miedo pues aún no comprendía lo que estaba sucediendo. Al hacerlo vislumbró la imagen de una niña con mirada transparente, cabellos claros, piel blanca y en cuyo rostro se dibujaba una sonrisa. La mujer cerró los ojos por un instante y sin poder evitar las lágrimas brotaron al reconocer que la pequeña era ella misma hacía unos años atrás. Muchos recuerdos vinieron a su mente; evocó a sus padres – con quienes ya no vivía -, sus palabras, los momentos compartidos y todos aquellos lugares que había conocido. Recordó sus canciones favoritas, las muñecas que adornaban su escritorio, los juegos con sus amigas del colegio, las travesuras, las promesas de amistad eterna, las fiestas, el circo, la navidad, los sueños…. y tantas cosas vividas y hasta entonces olvidadas.

Se apartó rápidamente del espejo queriendo esquivar ese sentimiento que la invadía y en una esquina de la habitación dejó caer su cuerpo, debilitado y triste por el inesperado encuentro. Se mantuvo en silencio intentando organizar y comprender sus ideas y devolviéndose en el tiempo encontró que no todo lo que había soñado de niña se había realizado, que muchas habían sido las cosas que se habían modificado y que talvez había sido muy ingenua al creer que en sus manos estaba el destino. A pesar de ello, cierta tranquilidad penetró su ser en los siguientes minutos y aceptando lo que había sido, lo que había hecho y dejado de hacer, rompió por primera vez un eslabón de aquellas cadenas que empezaban a ser visibles para sus ojos. Entonces, fue como tomar de la mano a la pequeña y descubrir que eran una, que estando separadas hoy volvían a juntarse de nuevo con la seguridad de que permanecerían así hasta el final de su existencia.

El tiempo galopaba constante mientras la habitación seguía oscura, solitaria y silenciosa. Por segunda vez, la mujer decide acercarse al espejo, algo inquieta por lo que vería pero con la certeza que no estaba sola. Una luz blanca brotó del centro encegueciendo por un momento a la mujer. Cuando pudo recobrar la visión, miró de frente a una joven atractiva, de cuerpo esbelto, cabellos largos, rostro tierno pero mirada perdida. De nuevo sus ojos parecían empaparse e intentando articular palabras emitió un grito desesperado al reconocer y revelar que su alma de joven había estado vacía mientras su cuerpo cautivaba a muchos hombres a su alrededor. No contando con muchas fuerzas para desplazarse, colocó sus manos sobre el espejo queriendo por un segundo romperlo pero, en el fondo algo le decía que no era necesario o más bien, que no serviría de nada pues lo que debía seguir rompiendo eran las cadenas que la ataban, aquellas que crecían y se hacían más fuertes con el paso de los años. Respiró profundamente y arrodillándose pidió a la diosa Atenea le indicara el camino, pues todo era oscuridad en su vida y la antorcha que creía tener se había desvanecido por lo ocurrido en la habitación. En pocos minutos la mujer quedó profundamente dormida.

Mientras ella descansaba, algo extraño empezó a suceder. De su pecho surgió una guerrera con silueta elegante y armadura que reflejaba las antiguas batallas. Portaba una espada, cómplice de las continuas luchas en las que participaba y tomándola entre sus manos y elevándola hacia el cielo taciturno, la colocó al lado de la mujer que yacía dormida en ese lugar. Algunas horas transcurrieron para que ésta despertara y con asombro encontrara el mágico objeto. Al verla, detalló su belleza pero también su filo, capaz de derrotar a cualquier minotauro. Al cogerla y acercarla a su cuerpo, un aire de victoria se percibía en el ambiente. Con una inspiración y una fuerza interior que no lograba comprender con la razón, la mujer se puso de pie y mirando con firmeza se sintió dispuesta a continuar la batalla. ¿A quién enfrentaría? ¿Dónde sería la batalla? Con claridad la mujer conocía las respuestas: Lucharía contra sí misma para vencerse, superarse y conquistarse. Lucharía contra sus vicios, miedos y temores. Lucharía contra sus propios dragones. Dicha batalla sólo tendría lugar en su interior.

Fue en ese preciso momento y no antes, que aquella mujer había dado el primer paso en el sendero. Y aunque despertándose inmediatamente en su habitación con un sol radiante en la ventana, ella, sólo ella sabía que lo sucedido: no había sido un sueño….sino real. Su corazón palpitaba aceleradamente al sentirse capaz de remontar el vuelo y perderse en el horizonte. Por fin había llegado el día para hacerlo y su alma lo celebrada. Hoy, son muchos los que como ella buscan salir victoriosos de la gran batalla, esa batalla que no es más que nuestra cotidianidad pero que en ocasiones nos inhibe soñar, volar y llegar hacia costas lejanas y mejores.

jueves, 7 de abril de 2011

Entre las cosas que ODIO

Todos tenemos situaciones, personas, recuerdos, imágenes, ideas, emociones, sensaciones que nos molestan, todas aquellas que generan un sabor amargo en nuestros labios y que difícilmente digerimos con calma y serenidad. Hacernos los sorprendidos con ello no tiene sentido, quizás resulta más interesante identificarlos y aceptarlos como parte del paquete de experiencias humanas que nos corresponden vivir. Por algo se nos presentan y para ser capaces de comprenderlos se requiere madurez y una gran dosis de aceptología. Muchas son las veces en las que me recuerdo a mi misma que poco control tenemos de los acontecimientos externos y en muchas ocasiones nos toman por sorpresa. De ahí que no haya a quien culpar cuando obramos de una manera u otra porque sin duda somos quienes construimos nuestra propia existencia. La música de esta fiesta que es la vida la colocan los de arriba, la forma en que decidimos bailar y gozárnosla es nuestra. Quejarnos del que escoge la música (DJ) es sencillo; criticar los estilos de los otros al bailar es tentador; pero abrir los oídos y percibir el sonido de cada nota musical es definitivamente un reto cotidiano. Ahora sin más preámbulos compartiré de manera reflexiva lo que personalmente tiende a ser una oportunidad de aprendizaje a través de las cosas que odio.

• Odio que sucedan catástrofes naturales en donde somos tan frágiles en relación a la fuerza de la Naturaleza
• Odio que el hombre encuentre razones para pelear, para arrebatar vidas como si se tratase de un juego en el que hay que ganar por encima de todo
• Odio que las cosas no sean claras y que no hagamos nada al respecto para clarificarlas
• Odio que tengamos que justificarnos, a veces incluso cuando lo hacemos sin que haya necesidad, tan sólo por el placer de satisfacer nuestro ego
• Odio que las cosas no resulten como las hemos planeado (es cuestión de flexibilidad!)
• Odio que haya gente, niños, ancianos, discapacitados en las calles mendigando y que poco hagamos al respecto. A veces nos conmovemos y otras veces cerramos nuestros ojos para no ver aquello que nos refleja lo que es “injusto”
• Odio que veamos con mayor rapidez lo que nos separa en vez de nuestras similitudes. Todos estamos en el mismo sendero evolutivo por más o menos conciencia que tengamos
• Odio que lo espiritual se confunda con lo religioso y que además lo religioso se convierta a veces en tema de rivalidad y discusión sin que pueda honrarse lo que la palabra significaba en tiempos pasados
• Odio que no seamos capaces de ser libres, naturales, de ser Nosotros Mismos sin temor alguno al qué dirán
• Odio que la sociedad de consumo nos entretenga cada vez con más posesiones y lo que es peor aún, que creamos que al adquirirlas seremos felices
• Odio que las relaciones humanas se tornen en telarañas de confusiones cuando no hacemos un uso adecuado de la comunicación
• Odio que olvidemos nuestras propias conquistas y logros cuando estamos frente a un nuevo desafío
• Odio que otros sean capaces de ver en nosotros el potencial que nosotros nos negamos a ver porque la autoestima y la confianza en nosotros no es suficiente
• Odio que no seamos capaces de amar abierta y generosamente simplemente porque el egoísmo puede más y poco nos han enseñado a amar de verdad
• Odio que el sexo se convierta en un tabú o en algo de lo cual no estamos dispuestos a compartir con una apertura mental y con la convicción que es medio sagrado de unión
• Odio que el tiempo o mejor, el que hacemos del tiempo, no nos permita en ocasiones abarcar todo lo que quisiéramos hacer
• Odio que nos sintamos jóvenes y de pronto viejos; con proyectos e ilusiones y de pronto con un afán absurdo de ver materializadas todas nuestras ideas
• Odio que tengamos que dar tantas vueltas alrededor de nuestros sueños hasta un día levantarnos con la determinación necesaria para hacerlos realidad
• Odio que empecemos algo, por ejemplo, empecemos a leer un libro y unos meses más tarde nos topemos de nuevo con este tesoro que no hemos terminado de leer. A veces son años después que un libro resulta ser significativo habiéndolo tenido a disposición
• Odio que nos quejemos del clima como si pudiéramos hacer algo, como si tuviéramos el poder divino de escoger cuando llueve y cuando hace calor. Es en la ciclicidad de la estaciones que se esconde la belleza de la Naturaleza
• Odio que circulen pensamientos e ideas destructivas en nuestra mente porque sé el daño que producen
• Odio que no sepamos asumir compromisos por temor a no ser fieles a ellos
• Odio que reacciones con drama y exageración cuando conscientemente sabemos que todo tiene una solución (y si no hay solución pues no sirve de nada reaccionar así)
• Odio que no seamos capaces de tomar riesgos, de aventurarnos a lo desconocido, de probar, de decir Si, de dar bienvenida a otras experiencias
• Odio que creamos tener la razón cuando existen multitudes de creencias, concepciones, estilos de vida, todos igualmente válidos

Entre las cosas que odio siempre hay un espacio para encontrar de nuevo la serenidad, aquella que se nos escurre entre las manos cuando más deseo hay por poseerla.